El lector Racional

Estamos acostumbrados a relacionar lo racional con lo predecible, la lógica y la matemática y lo irracional con lo impredecible. Esto funciona bien en la teoría pero encuentra continuos problemas en la práctica. En el mundo real, lo irracional suele ser más predecible y lógico que lo racional, simplemente porque responde a una cantidad menor de variables. Si a una víbora hambrienta le arrojamos un ratón vivo no habrá nada de imprevisible en que se lo coma. Si a una rata la acorralamos contra una esquina no habrá nada de imprevisible en que su instinto de defensa la impulse a huir y si no le es posible sin luchar, a atacarnos. Si nos metemos en la jaula del león del zoológico y al acercarnos tiramos fuertemente de sus bigotes no habrá nada de raro en lo que luego vaya a pasarnos. Los llamados animales irracionales son mucho más racionales que nosotros. Es fácil predecir su conducta si se conocen una cierta cantidad de variables. En el ser humano, dicha predicción resulta casi imposible. Son tantas las variables, que no podemos dar cuenta de ellas. No somos máquinas. No todos interpretamos los textos de la misma manera. Es un reduccionismo enorme esperar que uno y otro factor explique lo que siente un hombre al percibir una obra literaria. La sociedad, la cultura, nuestro desarrollo cerebral y corporal y otros factores se unen cada uno en forma independiente en un todo que no es igual a la suma de sus partes. Una lectura de Los procesos mentales de lo literario podría hacer que algún lector cometa ese error. No sólo eso, sino que aquel texto invita a que un Entramado Narrativo Posmoderno (E.N.P.) vea prevalecer sus relaciones asociativas frente a las lógicas. Sin parecerme absolutamente incorrecto, tomar esto a la ligera puede conducir a graves errores. El E.N.P. intenta hacer un cambio literario radical, pero no por eso debe renunciar a todos los componentes que han caracterizado a la literatura hasta ahora. Es decir, esto no implica hacer una nueva literatura a partir de la nada. No olvidemos que como dice ¿A quién le importamos?:

"(…) lo más ridículo que se oyó por parte de algunas nuevas figuras de nuestras letras es que, a diferencia de los escritores de los ’80, ellos no tienen ningún Borges o Sábato o Cortázar a quien responderle. Realmente, cada vez que escucho a un huérfano se me caen las lágrimas, siento pena por el vacío espiritual ajeno. No obstante, aunque, no lo quiera, el huérfano de algún lado sale, y nunca se nace de madre virgen, por lo tanto nadie puede traer la palabra nueva."(1)

Sería poco efectivo querer renunciar a todos los componentes que han caracterizado a la literatura hasta ahora. Nuestro reto no es hacer eso, sino seleccionar qué es aquello que debemos mantener y qué es aquello que tenemos que cambiar. Una cosa que no debe ser eliminada es precisamente la coherencia. Toda obra literaria cuenta una o varias historias, pero siempre mantiene un cierto misterio en el lector, que se alimenta de la incertidumbre acerca de qué seguirá en una línea argumental que tiende a un fin. Si bien el concepto de fin en un E.N.P. es otra discusión aparte, el caso de una historia central es relevante. La diferencia es que en un E.N.P. esa historia central es múltiple, puede tener distintos matices, puede ser distinta según qué elecciones se realice y según como interprete el lector textos que en muchos casos son preparados en forma ambigua para ese propósito. Esa multiplicidad de la historia central (o las historias centrales que es lo mismo que decir una historia central múltiple), no implica infinidad de historias. Es inútil también que crezca exponencialmente, con una historia a partir de la que nacen dos, a partir de las que nacen cuatro, y así en forma creciente sin ningún tipo de relaciones entre los textos. Es un error también pensar que la riqueza de un E.N.P. radica en cada texto por separado. Si así lo fuera mejor hubiera sido construir un blog y no una página con hipervínculos cruzados. La riqueza de un E.N.P. se halla precisamente en la continua interacción de todas las historias con todas no en todas las formas posibles sino en todas las formas que garantizan una coherencia. Entendemos coherencia por la recurrencia a determinados temas, personajes o lo que fuere, a lo largo de una lectura y no una simple secuencia de historias encadenadas por sólo un rasgo y que progresan sin ninguna llegar nunca a ningún lado. Desde cualquier camino posible que el lector tome debe encontrarse con una serie de historias, con muchas ramificaciones de por medio pero también con muchas vueltas a lo mismo que justifiquen el esfuerzo de seguir leyendo. No hacer esto es llevar al extremo la idea de “arte por el arte”. Aún el lector más apasionado necesita justificar su lectura con un recorrido preciso. Esto no implica que el texto no sea heterogéneo (o de hecho, altamente heterogéneo como queremos hacerlo aquí). Simplemente implica que el lector siempre tenga alguna duda que le permita avanzar. Eso sólo se logra con la continuidad de una serie de interrogantes. Su alejamiento por medio de líneas de fuga no debe implicar un abandono total de este sustento.

Es un desafío sin duda. Pero no es imposible. Teniendo en cuenta que esto es “un programa piloto”(2), no será un pecado cometer errores siempre y cuando sean cometidos dentro de un plan de aprendizaje teóricamente orientado y susceptible de ser desdoblado y juzgado por sí mismo lo más objetivamente posible para utilizar esas observaciones para hacer las correcciones necesarias. Errores como aquellos son mucho más valiosos que un proyecto mediocre pero libre de errores. Propongo hacer valer aquí aquella denominación de “Entramado” que subyace a este proyecto. Propongo también construir cada texto en base a posibles recurrencias con textos previos y futuros, se expliciten estas recurrencias o no. Si bien la posmodernidad permite las incoherencias, no estoy seguro de que necesariamente deban buscarse a lo largo de este trabajo literario. Ninguna obra literaria puede escapar al lector. Es a él a quien nos referimos. Incluso nos hemos llenado la boca diciendo que pretendemos hacerlo más que en las obras literarias modernas (3). Es indudable que el lector necesita un punto de apoyo. Necesita poseer curiosidad para querer continuar una lectura. Necesita un fin. Una superposición de escenas inarticuladas no crearán expectativas y la certeza de que no existe un fin tampoco. Si creemos que el lector es más importante que el autor no podemos no guiarnos por estos principios. Por lo menos esa es una primera opinión. Es imposible predecir la reacción del lector. Lo que sí es posible es saber que existe, que sin él no hay obra y que si no se siguen ciertas pautas estaremos seguros de que lo perderemos, si bien cumpliéndolas no estaremos seguros de conservarlo. A veces es preferible dudar que tener la certeza. Creo que hacer eso no es dar un paso atrás y volver a un tipo de literatura moderna. Mas bien se trata de evitar que ese afán de querer hacer lo nuevo y pensar fallidamente que podemos reiniciar la literatura desde cero conlleve a una obra que nadie quiera leer y que pronto no queramos escribir más.

(18/11/2007)

 

Notas:

(1) Ver en ¿A quién le importamos?

(2) Ver en Degenerar el género

(3) En Degenerar el género se ensaya una clasificación de los textos no a partir de rasgos propios de estos sino a raíz de lo que representan en una instancia de lectura, es decir atendiendo al texto no como algo autónomo sino viéndolo a partir de lo que representa para el lector. En Los derechos de la obra volvemos a hacer hincapié en importancia del lector por sobre la del autor, al punto de postular que la posmodernidad corre los derechos del autor dándole esos derechos a la obra.

Para una crítica a este texto leer Coherencia